UNOS HOMBRETONES COMO VOSOTROS


Hemos terminado de comer, estoy haciendo un tramo del Camino de Santiago con mi madre, que a pesar de su edad, ya ha cumplido los setenta, pertenece a un club de monte y está, para mi vergüenza, en muchísima mejor forma que yo. Nos disponemos a proseguir nuestro recorrido. El paisaje es precioso, y aunque no estoy acostumbrada a andar por el monte, merece la pena el esfuerzo.


Cuando estamos saliendo de la zona de descanso, tres peregrinos, son de la zona de Cataluña, el acento les delata,  después de saludarnos, nos solicitan información sobre el recorrido.
  •  Íbamos a tomar el camino del interior, pero nos han dicho que el de la costa aunque más largo es mucho más bonito – empieza diciendo uno de ellos, mientras deja caer la enorme mochila que lleva al lado de una mesa cercana, donde junto a otra mochila igual de grande, está sentado uno de sus compañeros.
  • Como hemos visto que venís por el de la costa – prosigue el tercero de ellos aproximándose – lo que queremos saber es si es demasiado duro y si merece la pena desviarse.
Mi madre, levantando ambas manos para enfatizar su respuesta, les mira con cara mitad sorpresa, mitad exasperación, como si hubieran preguntado la mayor estupidez del mundo, o los pobres fueran tontos.
  •  Pero bueno! Unos hombretones como vosotros. ¡Cómo no vais a poder! Eso vosotros lo hacéis sin ningún problema – El tono de mi madre y su aptitud en general, no parece haberles sentado demasiado bien.

   Ella no lo sabe, pero tiene un don para hacer sentir idiotas a los demás, le sale de manera inconsciente.Yo ya se lo he hecho notar alguna que otra vez. A veces me da miedo que alguien le haga pasar un mal rato.

Un poco a la defensiva, y educadamente, pero en una aptitud que ya no es tan alegre como al principio, nos explican que están haciendo el Camino de Santiago.

Rondan la cincuentena y claro a mi madre que ya tiene setenta, le deben parecer unos chavales.

En el transcurso de la conversación, uno de ellos visiblemente mosqueado, se ha sentado, y está mirándola con cara ceñuda, las piernas abiertas y los brazos cruzados.
  • El camino es muy bonito, merece la pena, pero tiene bastantes subidas y bajadas – digo yo, en tono conciliador, tratando de sacar a mi madre de ahí y de dar la conversación por finalizada. Pero claro, mi madre no se puede callar, y cuando ya había dado un paso para alejarse, se vuelve de nuevo hacia ellos.
  • Pero ¡cómo se os ocurre llevar esas mochilas! Para andar hay que llevar poco peso – sentencia estupefacta, como si no pudiera concebir que alguien pueda ser tan estúpido.
  • Es que nos han dicho que iba a llover, y hemos tenido que traer botas, chubasqueros …
  • Yo también he hecho el camino – interrumpe mi madre sin poder contenerse – y llevaba menos de la mitad de lo que lleváis vosotros.
He de aclarar, que mi madre es una mujer muy práctica, muy organizada, que sopesa mucho las cosas antes de hacerlas, por lo que sé, que es cierto lo que les está diciendo. El problema en este momento es, que es una de las personas más intransigentes y cuadriculadas que conozco, ella ve algunas cosas tan claras, que le es imposible concebir que los demás no lo hagan.

Ante este último comentario de mi madre, las caras que han puesto los pobres hombres no tienen precio.

A estas alturas, ya no sé dónde meterme. Empiezo a estar seriamente preocupada, lo único que quiero es irme, pero no lo consigo. Ella sigue a lo suyo, sin darse cuenta de que está a punto de ser estrangulada, descuartizada y acabar con sus restos esparcidos por el camino.

Lo que me preocupa, es que cuando eso ocurra, no querrán dejar testigos.
  •  Pero señora  - empieza a decir el único que aún permanece en pie. Los otros dos están sentados y le lanzan a mi madre miradas asesinas, no dicen ni una palabra, creo que el mosqueo que tienen se lo impide -  Iría con alguien ¿no?
  • Si, íbamos en grupo – contesta mi madre que por supuesto es totalmente ajena a la reacción que está provocando.
  • Es que hace poco estando en el monte, había una señora – cuando dice señora, lo dice lanzando una intensa mirada a mi madre y enfatizando la palabra – que tampoco llevaba nada de peso. Era su acompañante quien lo llevaba.
  • No, no. Yo llevo siempre todas mis cosas – contesta ella con aire ofendido.
  •  Es que a esa señora – continua él poniendo cara de que no cree lo que ella le está diciendo – la vi dos días seguidos, y lo único que llevaba era su botella de agua.
  • ¡Pues yo siempre llevo mis cosas!- contesta ella toda ofendida – Pero hay que llevar materiales ligeros. Cosas que no pesen – continua ella mientras gesticula y se toca la tela de su camiseta.
Finalmente consigo sacarla de allí y proseguir nuestro camino. Mientras lo hago puedo sentir en mi espalda el peso de las malhumoradas miradas de esos pobres hombres.

Cuando doblamos el camino y desaparecemos de su vista, me entra la risa, no puedo parar de reírme, voy desternillándome de risa por el camino, no puedo parar. No sé si ha sido la tensión contenida, pero mientras continuo caminando me rió yo sola como una tonta. A mi madre sin embargo, la situación no parece hacerle gracia.
  • Chica, pero que tonta eres. No sé qué te hace tanta gracia – dice, mientras parece un poco descolocada por mi reacción.
  • ¡Pobres hombres! – exclamo sin parar de desternillarme.
  • Se han mosqueado un poco ¿no? – dice ella tímidamente.
  • Un poco bastante. Tienen que estar poniéndonos verdes.
  • Es que a quien se le ocurre ir con esos mochilones! – continua ella todavía estupefacta.
Mi ataque de risa, continuó y continuó, no podía quitarme de la cabeza las caras de esos pobres hombres. Tuve que obligarme a parar, mi madre empezaba a mirarme mal, pero que muy mal.

Mientras prosigo con una sonrisa que no puedo borrar de mi cara, me imagino a esos pobres hombres que con tanta ilusión habrán preparado su itinerario y sus enormes mochilas, sin sospechar que al poco de iniciar el camino una señora les iba a hacer sentir unos completos ineptos.

Me los imagino todavía allí sentados, poniéndonos verdes, tratando de reafirmarse, pero mirando de reojo sus mochilas sin poder evitarlo, al tiempo que hacen un repaso mental de su contenido. Dudando y empezando a estar un poco menos seguros y confiados que antes de tropezar con nosotras.

Y es que bajo la apariencia de una amable jubilada, se esconde un arma de destrucción masiva.

Yo desde aquí solo puedo desearles lo mejor a esos pobres damnificados por el huracán que es mi madre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario